27 años antes. En una calle cercana al barrio de Hopeless, lindando con la calle Liberty se encontraba el hospital general. No era un hospital muy puntero, y carecía de especialistas, pero cumplía con creces su función. En la planta de maternidad, en la habitación 476, una mujer tumbada en la cama resoplaba. Un hombre de mediana edad le sujetaba la mano con firmeza y le preguntaba con voz muy dulce
- ¿Ya cariño?, llamo ya a las enfermeras
La mujer sintió cómo el estómago le daba un vuelco y un líquido viscosos humedecía su matriz. Se dijo así "ya viene". La mujer, dolorida, asintió a la pregunta de su marido. Tan rápido cómo contestó, el hombre puso rumbo al pasillo desde donde corrió para avisar en el control de planta. Exclamaba: ¡YA VIENE, YA VIENE!
Las enfermeras dispusieron el paritorio. Una vez allí la mujer gritaba furiosa: ¡SACADMELO HIJOS DE PUTA, SACADMELO! La matrona le hacía las indicaciones pertinentes y el médico le exigía que empujase. La mujer sintió como su estómago su vaciaba, y exhausta tras los fuertes embites a los que se sometió, preguntó enfermizamente:
- ¿Puedo morirme ya?
El médico examinó al bebé. Era un niño sano. La madre durmió, el padre lloró...
3 años más tarde en una casa del bloque de pisos de Garden street esa familia celebraba la navidad. El niño abría unos regalos y jugueteaba con ellos. El padre lo miraba enamorado y del mismo modo, la madre.
Posteriormente ese niño siguió creciendo hasta llegar a la edad de 5 años. Por aquel entonces la mirada del padre ya no era la misma, en cambio la de la madre sí. Una noche de verano, de ese año, el niño jugaba en el salón de la casa del barrio de Hopeless y se mostraba impasible ante cualquier ruído. Así fue, oyó gritos y golpes, pero siguió jugando como si nada pasara.
A los 8 años ya había cursado dos años del colegio eclesiástico donde fue inscrito. Allí nunca se sintió libre, los curas le pellizcaban de las orejas si hacía algo que no debía como hablar solo.
El mismo día en que cumplía 8 años llegó a casa con una nota del maestro;
"Su hijo es un insolente, le hemos pedido que por favor dejase de escupir al Cristo y ha respondido: Yo me cago en Cristo".
Al salir del colegio intuía que ese día no era el adecuado para entregar esa nota. Lo notaba. Subió por las escaleras cabizbajo y reflexivo. Abrió la puerta y vio, en el sofá, la mirada penetrante del hombre al que llamaba padre. Al cruzar el umbral de la puerta la madre salía por la cocina. Tenía un ojo morado. El niño llegó al salón y entregó la nota al padre. Éste la leyó con atención. Cuando hubo acabado de leer la nota el niño comprendió que antes de la tempestad siempre hay calma. El padre se levantó y se dirigió hacia el dormitorio junto con la madre. Sentado en el sillón oía gritos provenientes de la estancia.
-"Este cabrón ha salido a ti, estúpida. Si hubieras sido más inteligente esto no pasaría..."
- .....pero.....
- ¡Que te calles! Y ni se ocurra salir a defenderle como hacías cuando era más pequeño
Se oyó un ruido fuerte.
El niño, atento a los gritos, se levantó y vió aparecer la silueta de su padre. Éste, sin miramientos, lo aporreó de tal forma que le rompió dos costillas. Entre sollozos suplicaba a su padre clemencia, pero él mismo sabía que ese no era el día indicado.
Tras un rato de gritos, llantos, insultos y golpes el padre abandonó la casa no sin antes pararse delante del niño y susurrarle al oído: Alea iacta est. El hombre, con alevosía lanzó un beso al niño y se marchó dejando tras de sí una imagen siniestra. Tan fugaz como escuchó el estruendo del portazo el niño se arrastró hasta la habitación de donde había salido su padre. Justo antes de entrar se levantó como pudo y entornó la puerta viendo algo que cambiaría su vida para siempre.
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